domingo, 17 de marzo de 2024

Los familiares de las víctimas


Una de las mayores satisfacciones de mi trabajo es la colaboración con los familiares de las víctimas de la represión franquista. Lo hago cuando contacto con ellos para recabar información, sobre todo de los aspectos que normalmente no dejan huellas en los archivos. La respuesta siempre es positiva y, con independencia de los resultados académicos de la gestión, queda la satisfacción de hablar con personas que anhelan recordar a sus familiares muchas veces olvidados durante décadas, incluso en el seno de unas familias donde el silencio fue una medida de seguridad durante la dictadura y hasta más allá de 1975.
Asimismo, en las charlas o conferencias que doy en distintos lugares suelo encontrarme con la presencia de familiares que acuden a la espera de una información o, al menos, una explicación genérica de lo sucedido con sus antecesores. La intento dar, pero la relación a veces se concreta en un caso y entonces pongo a disposición de estos familiares todos mis conocimientos para localizar los documentos que se hayan podido conservar. 
Esta semana lo he hecho en tres ocasiones y con resultados positivos. La respuesta de los familiares ha sido de agradecimiento, pero en realidad soy yo el agradecido, porque mi trabajo carece de sentido si no contribuye a fortalecer la memoria de unas víctimas que no solo perdieron la guerra, sino también la historia.
Al margen del trabajo académico, siempre circunscrito a los especialistas, solo queda la memoria familiar. Si puedo contribuir a fortalecerla con informaciones sacadas de la documentación conservada en los archivos, me siento recompensado de sobra. Mi labor como historiador cobra sentido y me dan ánimos para culminarla con la trilogía que actualmente preparo sobre los consejos de guerra de periodistas y escritores.

miércoles, 13 de marzo de 2024

La condena a muerte del comediógrafo César García Iniesta


 César García Iniesta. Fuente: Fundación Pablo Iglesias

La preparación del segundo tomo dedicado a los consejos de guerra de periodistas y escritores durante el período 1939-1945 me ha permitido conocer a algunos autores teatrales de los que no tenía noticia, a pesar de los años dedicados al estudio del teatro de esta época. La nómina de quienes de una manera más o menos continuada subieron a los numerosos escenarios de las décadas de los veinte y treinta para recibir los aplausos de los estrenos es extensísima. La historia solo ha recogido una mínima representación, que no siempre hace justicia de lo sucedido en aquellos locales donde se sucedían los estrenos con una frecuencia ahora digna de asombro.
El funcionario, periodista, letrista y comediógrafo César García Iniesta es un buen ejemplo de este olvido generalizado. Su consejo de guerra (AGHD, 6260) acabó con una condena a muerte dictada el 22 de junio de 1940. Afortunadamente, se la conmutaron y el 28 de julio de 1947, cuando ya se encontraba en libertad condicional, le indultaron. Por entonces, el madrileño tenía sesenta y cinco años, estaba gravemente enfermo y, en contra de lo afirmado en su ficha de la Fundación Pablo Iglesias, parece improbable que terminara su vida en el exilio venezolano.
A pesar de su avanzada edad, César García Iniesta desplegó una intensa actividad en los escenarios del Madrid sitiado. Junto con el maestro Fernando Gravina, compañero suyo en la creación de zarzuelas como En un lugar de Aragón, el 1 de noviembre de 1936 estrenó el himno «¡Hermanos proletarios!» en el cine Tívoli, donde el PCE organizó un acto Pro Defensa de Madrid. Y en febrero de 1939, cuando la entrada de las tropas del general Franco ya era inminente, todavía participaba como orador en mítines organizados por el Frente Popular Antifascista. Entre ambas fechas, su presencia en los escenarios y en las cabeceras es una constante, que registra los estrenos de Yo soy un hombre, Herencias tristes y la adaptación teatral de la popular novela anticlerical El crimen del padre Amaro, de Eça de Queiroz.
Los instructores del sumario apenas supieron de estas actividades antifascistas, pero los escasos datos recopilados a partir de las denuncias de dos compañeros del Ministerio de Trabajo que acababan de ser sometidos a otros consejos de guerra sirvieron para dictar una condena a muerte. No le ejecutaron, tal vez por su avanzada edad y condición de enfermo, pero también le condenaron a una muerte civil que implica el silencio y el olvido.
El capítulo ya redactado para el anunciado segundo tomo no le devolverá el protagonismo. No obstante, su testimonio quedará registrado para evitar ese olvido a menudo injusto. Mientras tanto, incluyo en esta entrada su colaboración aparecida en el número de Crónica del 1 de agosto de 1937. El texto evidencia su concepción del papel que debía desempeñar el teatro en unos momentos tan difíciles para un Madrid sitiado y bombardeado:



Fuente: Hemeroteca Digital de la BNE

miércoles, 6 de marzo de 2024

Una jornada con Marc Carrillo, catedrático de Derecho Constitucional


 Marc Carrillo. Fuente: Consell de Garanties Estatutáries de Catalunya

Gracias a los responsables de la Universidad de Alicante, ayer pudimos disfrutar de la compañía de Marc Carrillo, catedrático emérito de Derecho Constitucional en la Universitat Pompeu i Fabra de Barcelona. El propósito fundamental era la presentación de su más reciente libro, centrado en el análisis del derecho represivo durante el franquismo, en una interesante charla que tuvo lugar en la sede alicantina de nuestra universidad.


La grabación de la presentación está disponible:


Asimismo, tuvimos la oportunidad de visitar los estudios de Radio Alicante, gracias a la invitación de Carlos Arcaya y Silvia Cárceles, para participar en una entrevista en torno al tema del libro:



La presentación también fue reseñada por Borja Campoy para el diario Información el viernes 8 de marzo:


Desde 2014, cuando inicié los estudios sobre los consejos de guerra de periodistas y escritores, siempre he sido consciente de la necesidad de conocer el complejo mundo del derecho represivo para evitar errores o inexactitudes. Gracias a colegas como Marc Carrillo y otros juristas que me han ayudado, creo haber superado esta dificultad en Los consejos de guerra de Miguel Hernández (2022) y Las armas contra las letras (2023). Solo me resta manifestar mi agradecimiento por esta decisiva ayuda y expresar mi convencimiento que los futuros historiadores tendrán un camino allanado gracias al excelente libro de Marc Carrillo, que evidencia la constante del derecho represivo a lo largo de todo el período de la dictadura.

viernes, 1 de marzo de 2024

Presentación de Las armas contra las letras


https://web.ua.es/es/actualidad-universitaria/2024/marzo2024/1-10/el-catedratico-de-la-ua-juan-antonio-rios-carratala-presenta-su-libro-las-armas-contra-las-letras.html

El próximo martes 5 de marzo, a las 19 horas y en la librería 80 Mundos de Alicante, presentaré Las armas contra las letras en compañía de mis amigos los profesores Ángel Luis Prieto de Paula y José Luis V. Ferris. Justo al anunciar la presentación he sabido de una reimpresión del original por el buen ritmo de las ventas. La noticia de esta segunda edición al cabo de dos meses desde la aparición del libro es un aliciente para culminar la segunda entrega de la trilogía.

Os paso una selección de las fotos tomadas por mi hijo Antonio que, aparte de ser un científico de datos a punto de leer su tesis doctoral en la Universidad de Alicante, es un excelente fotógrafo siempre interesado por conocer los valores democráticos en los que le hemos formado para rechazar cualquier totalitarismo:






miércoles, 28 de febrero de 2024

La «agüita amarilla» de Pablo Carbonell


 Pablo Carbonell, 2022. Fuente: Uppers.es

La tarea, que no empeño, de envejecer resulta complicada. A mi alrededor observo ejemplos patéticos que espantan a cualquiera. Los protagonizan quienes otrora me acompañaron como referentes y, al cabo de tantos años, los veo avinagrados, mentalmente fofos y dispuestos a predicar desde un sobrevenido e interesado conservadurismo que va mucho más allá de la política. Su afán de protagonismo, de permanecer en candelero, aunque sea a costa de la coherencia con su pasado, equivale a la imagen del viejo que todavía se cree galán. Cervantes retrató al tipo y conviene frecuentar a los clásicos para evitar el ridículo.

La tarea de envejecer con cierto decoro también incluye la observación de otros ejemplos que me animan con una sonrisa propia de lo entrañable, de aquello que puede estar lejos de ti durante años, hasta casi olvidarlo, pero cuando vuelve lo hace con fuerza. Gracias a un vídeo convertido en viral, me he reencontrado con Pablo Carbonell, un vete a saber qué de mi generación capaz de hacerme recitar un monólogo interior sobre «mi agüita amarilla» desde los años ochenta. Ahora le veo calvo, canoso y con una respetable barriga, incluso con una probable hiperplasia benigna, pero dispuesto a cantar de nuevo el onírico relato del devenir de ese líquido elemento que a todos nos termina por empapar. Claro está que, después de beber más de cuarenta cervezas, y acompañado de una orquesta sinfónica.

El «viejo profesor», Enrique Tierno Galván, me impactó cuando siendo estudiante le escuché en una entrevista radiofónica. Allí explicó, con aires doctorales, que un individuo de mi edad ya debía estar definido en lo fundamental. A partir de entonces, todo era cuestión de profundizar para mejorar. La idea era seductora y me pregunté por mi definición. Tal vez no respondiera al ideal de don Enrique por falta de trascendencia, pero tampoco le disgustaría porque el catedrático convertido en alcalde gustó de la marcha y hasta sonrió con picardía ante la fuerza de la Naturaleza encarnada por Susana Estrada o Flor Mukudy, una miss guineana de 1983 a la que preguntó si trabajaba o estudiaba, según cuenta mi amigo Javier Valenzuela.


Enrique y Flor bailando salsa. Fuente: El País, 4-IV-1983

Pablo Carbonell, al que no imagino en un aula universitaria con la aplicación de un doctorando, también debió escuchar al «viejo profesor». Cumplidos los sesenta, sigue cantando el inolvidable éxito de Los toreros muertos en los años ochenta, pero con la sabiduría que aporta la experiencia y en compañía de la apabullante perfección de una orquesta sinfónica completada con unos coros dignos del Carmina Burana. La combinación provoca una sonrisa de admiración. En mi caso se extiende a la coherencia de un entrañable gamberro que todavía ejerce como tal para desesperación de los biempensantes y ofendidos con pretensiones de censores.

Hace muchos años, cuando Pablo Carbonell y yo andábamos en la veintena, compartimos el onírico devenir de aquella «agüita amarilla» como venganza ante tantos tipos incapaces de sonreír. Él, más gamberro y lanzado, lo hizo con gracia singular. Yo, desafinado y nada gracioso, trasladé esa venganza a un monólogo interior tan indigno de Joyce como eficaz para soportar la estulticia de unos tiempos que parecen condenados a ser menguados.

Ahora, ambos, cuando hasta el arco de la micción supone un motivo para la elegía, seguimos sonriendo con espíritu gamberro. Él cantando y triunfando con una orquesta sinfónica. Yo escribiendo como catedrático a punto de ser emérito, pero con la misma retranca y guasa que preciso para afrontar la mediocre banalidad de quienes protagonizaron el Glorioso Movimiento Nacional y similares.

Dudo que Pablo y yo pasemos a la historia como discípulos de don Enrique, pero cada uno en lo suyo hemos hecho la mismo, perfeccionándolo, durante cincuenta años. A estas alturas, cabe volver a tomar más de cuarenta cervezas y comprobar, con el asombro propio de lo bien conocido, que esa «agüita amarilla» terminará cayendo sobre nuestras cabezas. Nosotros lo sabemos y reímos, mientras que otros lo ignoran y defienden la razón de la sin razón, donde el líquido elemento ni está ni se le espera. Allá ellos, porque tanta razón trascendente acaba en el dogma y el mismo siempre envejece mal. Puestos a emprender la tarea, que no empeño, merece la pena hacerlo con la compañía de una sonrisa gracias al amigo convertido en un viejo gamberro:




sábado, 24 de febrero de 2024

La sonrisa de Malik

 


El estudio de los consejos de guerra contra escritores y periodistas durante el período 1939-1945 es una tarea que requiere, de vez en cuando, un descanso para recuperar el humor. La mirada se encallece al observar tanta intolerancia y violencia. Conviene, por lo tanto, recuperar la blandura de aquello que nos resulta entrañable y provoca sonrisas como las disfrutadas muchos años antes, cuando la infancia o la juventud te aportaba una sensación de plenitud.

Ayer, gracias al Circo Raluy Legacy, disfruté de una estupenda velada circense rodeado de chavalines que podían ser mis nietos. Junto a ellos reí y me emocioné viendo lo que era una novedad para quienes me acompañaban con una sonrisa infantil. La mía, por desgracia, es fruto de muchas experiencias similares, que me conducen a una larga historia de empatía con el más clásico mundo del circo.

Durante más de cincuenta años he visto los más variados espectáculos circenses, pero mi entusiasmo de ayer se deriva de algo que muchas veces explico en clase: la mejor manera de avanzar es volver a las raíces, a la esencia de aquello que se ama y se pretende revitalizar. El Circo Raluy Legacy lo consigue con el acierto de los artistas modestos, que suelen ser mis preferidos por múltiples motivos.

La velada estuvo repleta de sensaciones reencontradas, pero hubo momentos especiales gracias a unas melodías de la banda sonora que siempre me han acompañado cuando necesito ánimos para sobrellevar la dureza del trabajo, la intolerancia de quienes nos atacan por nuestras publicaciones o el cansancio de encaminarse hacia una jubilación tardía sin haber tenido un mínimo de descanso.

Entre esas melodías que recupero periódicamente figuran de manera destacada las compuestas por Nino Rota para Federico Fellini. Algunas de ellas, verdaderamente excepcionales, están vinculadas al mundo del circo, que tanto amó un cineasta italiano al que vuelvo una y otra vez en busca de imágenes para el recuerdo y la sonrisa que puede ser tan triste como vital porque descansa en una mirada comprensiva.

Cada cierto tiempo veo La strada (1954), la más intensa y dramática historia de amor que conozco, para emocionarme con la rudeza de Zampanó y la inocencia de Gelsomina. Me aburre el amor rosáceo y prefiero el que nunca se manifiesta porque subyace como un hilo conductor, aunque sea para desembocar en un final dramático como en la película de Fellini. El mundo del circo, el más modesto, está en esas imágenes en blanco y negro que recupero con emoción a los sones del maestro Nino Rota, que tantas veces me acompaña:

 


Sin embargo, la película de Federico Fellini que he visto más veces, no por ser la mejor de su producción, es I clowns (1970). La descubrí con emoción siendo un estudiante asombrado ante aquella elegía del mundo de los payasos, cuyos protagonistas vivían por entonces olvidados en residencias de ancianos o en rincones alejados de la fama. Eran unos juguetes rotos que merecían el respeto del agradecimiento. He aprendido a mirar de la mano del cineasta italiano y concebir con la imaginación un mundo donde la música de Nino Rota es imprescindible. Cada cierto tiempo recupero esta película y, vista cumplidos los sesenta, tan lejos de aquellos tiempos donde era un estudiante, observo que la elegía ha pasado a ser protagonizada por el propio cine de Federico Fellini y, con él, la elegía también abarca un tiempo que es el mío y ahora se conjuga en un inevitable pasado. Cuando llega este momento donde la tristeza es compatible con la esperanza, aquella que solo descansa en la tarea realizada durante toda una vida, salgo en busca de un payaso que andará protegiéndome en ese cielo de los ateos que confiamos en el humor como única salvación. Y, claro está, cojo la trompeta para llamar a Fru Fru tras pronunciar unas palabras en el más maravilloso italiano:

 


Vuelvo una y otra vez a estas películas que me han enseñado a vivir al margen de la intolerancia y la violencia, con una sonrisa que procuro compartir y que me salva de tanto odio que he sentido hacia mi persona por parte de quienes no admiten la superación del pasado. A ellos, a esos que pretenden convertirme en un personaje sectario capaz de propagar el odio, ¡vaya imaginación!, nunca les contestaré con el lenguaje del insulto porque tengo un secreto. Cuando algo se vuelve insoportable me voy de la mano de Malik y a los sones de un vals. Así me convierto en un sonámbulo capaz de andar por los aires y, al final de Papé está de viaje de negocios (1985), mirar hacia atrás con una sonrisa que desarma diciendo, supongo, «Ahí os quedáis…». Yo, mientras tanto, ando por los aires gracias a Emir Kusturica, Federico Fellini, Nino Rota y tantos otros que me han emocionado con los mismos argumentos que ayer lo hizo el Circo Raluy Legacy. Gracias por enseñarme a mirar sin el menor atisbo de odio o intolerancia.



jueves, 22 de febrero de 2024

Las armas contra las letras: Una entrevista radiofónica


La publicación de un libro supone la oportunidad de encontrar nuevos amigos que se interesan por su lectura, te llaman para preguntarte alguna cuestión y, en ocasiones, te ofrecen la oportunidad de darlo a conocer a través de sus propios medios, casi siempre sacados adelante con una desinteresada voluntad. El historiador y docente Fran Martín me llamó hace unos días para participar en su programa de una emisora local de Andalucía donde se ocupa de la historia de la Guerra Civil. Acepté encantado, como siempre lo hago con estos compañeros que tanto mérito tienen, y os paso el correspondiente enlace por si queréis escuchar la entrevista grabada el pasado día 20 de febrero: